La columna vertebral está formada por 24 vértebras, separadas entre sí por los discos intervertebrales. Estos últimos actúan de amortiguadores y permiten la gran movilidad que posee la columna vertebral. No obstante, cuando estos discos se lesionan o degeneran pueden producir enfermedades que pueden llegar a incapacitar a la persona que las padece. Dentro de estas enfermedades destaca la hernia discal.
Estos discos intervertebrales están formados por un núcleo pulposo y una cubierta que lo rodea. La hernia discal se produce cuando la cubierta del disco intervertebral tiene un defecto o una lesión por la cual sale el núcleo pulposo.
Tener una hernia no implica tener dolor.
En gran parte de los casos la hernia discal es asintomática, es decir, aunque a la persona se le haya diagnosticado una hernia discal no siempre va a tener dolor y no todos los dolores que tenga ésta se dan como consecuencia de la presencia de una hernia.
La persona diagnosticada de hernia discal puede tener dolores cervicales, dorsales, lumbares, etc. que no sean provocados específicamente por la hernia discal. En este caso, muy importante valorar cada episodio doloroso y, por ello, se debe acudir a un fisioterapeuta para su correcto tratamiento.
La hernia discal suele provocar dolor cuando está irritando un nervio (nervio de Luschka) que inerva la parte posterior del disco intervertebral y el ligamento vertebral común posterior. También puede provocar dolor después de realizar un mal movimiento, un traumatismo… produciendo un edema que puede irritar el nervio de Luschka.
Entonces, se puede afirmar que si no hay edema o el nervio no está irritado, la hernia discal no tiene que producir dolor.
Actualmente, existen estudios que han demostrado que el 27% de las personas sanas mayores de 40 años tienen un disco herniado, sin llegar a tener síntomas ni episodios dolorosos.
